La semana anterior rememoramos un año de la muerte de un hombre valiente. Fue asesinado por destapar la podredumbre de la vida política del país y sus figuras tenebrosas. Las mafias lo silenciaron porque sus denuncias les eran incómodas. Callaron la voz que abrió los ojos al país entero.
Fernando Villavicencio fue liquidado por exhibir la corrupción insolente que nos rodea y por enfrentarse al narcotráfico que repta con descaro por nuestro territorio gracias a los nexos del fugitivo belga con los narcos.
Sin embargo, a un año del suceso nefasto, los autores intelectuales deambulan como Pedro por su casa haciendo gala de una obscena impunidad. La justicia del país no puede permitir que los delitos que Villavicencio denunció con valentía, arriesgando su vida, se duerman en el olvido. Gracias a sus investigaciones se desvelaron crímenes en contra del Estado; se descubrieron negociados, enriquecimientos ilícitos y un sinnúmero más de delitos en los que “políticos célebres” y funcionarios del gobierno correísta aparecieron involucrados.
Durante la contienda electoral, y sobre todo en el debate presidencial, su presencia era peligrosa para los delincuentes de cuello blanco cuya responsabilidad en este crimen aún no se ha demostrado. La cabeza intelectual del magnicidio, tarde o temprano, tendrá que ser expuesta al oprobio nacional e internacional.
Fernando Villavicencio fue el único legislador que fiscalizó con mano de hierro a sus colegas corruptos e incompetentes (RC, PSC y Pachakutik) los mismos que bloquearon el homenaje que la Asamblea le tenía preparado; y que, además, carecen de formación académica, moral y ética, pero abundan en malicia para tergiversar enmiendas y torcer proyectos obedeciendo a caudillos que les conminan desde Bélgica, Mocolí o el interior de alguna celda.
La Fiscal y los escasos jueces incorruptibles que aún siguen en sus cargos, tienen el deber de desenredar el ovillo teñido de sangre en el que están tatuados los nombres de los culpables del asesinato de don Villa y condenarlos a la pena máxima. La memoria de Villavicencio debe ser honrada y recordada en los anales de la historia ecuatoriana. Lo mínimo que el gobierno ecuatoriano debe hacer para reivindicar el nombre de este hombre valiente, es tomar la posta que dejó y seguir denunciando todo acto corrupto. Fernando nos enseñó que un país jamás debe arrodillarse ante las mafias, y menos, ante el narcotráfico. (O)