En el Ecuador, si no hay lluvias no hay energía hidroeléctrica, de la cual se depende en un 90 %.
Una vez más se declara la emergencia en el sector eléctrico. La población teme el regreso de los “apagones” cuyos impactos en la economía, en la seguridad, digamos en todo, son devastadores.
El Presidente Daniel Noboa, mediante Decreto Ejecutivo dispuso a todas las entidades del sector tomar “acciones para evitar futuros cortes de luz”, entre ellas la adquisición, arrendamiento y generación adicional de energía eléctrica.
Cuando en un país no se toman decisiones a largo plazo, o se las posterga, o simplemente pasan desapercibidas, ocurren emergencias como la anotada.
Las consecuencias están a la vista. Lo están desde 2024.
Todo el peso de la responsabilidad recae en la CELEC, empresa estatal con la cual las diversas empresas eléctricas deben coordinar acciones para garantizar el aporte de energía proveniente de la barcaza turca, en proceso de instalación.
Estamos a expensas de ese aporte de energía emergente, y por eso se cuentan los días para su pronto funcionamiento.
No será suficiente ante la alta y creciente demanda. Urgirá contratar más energía hidroeléctrica o térmica a los países vecinos, sobre todo a Colombia.
Cualquier alternativa vale para evitar, como dice el decreto presidencial, los cortes de luz programados. En semejantes circunstancias lo peor sería actuar con “pies de plomo” o no hacerlo a propósito.
Tres meses atrás, Gobierno, oposición, expertos, analistas y más técnicos se pasaron hablando sobre la crisis eléctrica, en algunos casos proponiendo soluciones, todas ellas sujetas a millonarias inversiones,
Pero llegaron las lluvias. Los embalses de las hidroeléctricas recuperaron sus niveles y todos contentos. Ahora vuelve el estiaje y con él la realidad. Ojalá no nos contentemos con la energía de la barcaza y nos olvidemos, otra vez, de un grave problema estructural.