La decisión del alcalde de Quito, Pabel Muñoz, de entregar un vehículo a cada uno de los 21 concejales, más otro para la administración general, se presta para toda clase de interpretaciones.
A lo mejor congraciarse con los ediles, ablandar sus posturas políticas, preferir el gasto corriente, o simplemente un arrebato de ego.
¿Cuánto representa esa adquisición a una sola empresa y sin un concurso público de por medio? 479.600 dólares. Ya quisieran los municipios pequeños o las juntas parroquiales rurales tener este dinero para construir algunas obras en sus comunidades, en las cuales falta casi todo, comenzando por los servicios básicos.
Pero no. Se trata del alcalde de Quito. Dispone de un presupuesto millonario, digno de una capital, y lo invierte a su discreción.
Varios concejales no recibirán los vehículos. Otros pedirán información sobre el estado de los antiguos, cuya vida útil pudo haberse terminado y mantenerlos implica altos costos.
Como sea, pero el alcalde debió poner en conocimiento del Concejo Metropolitano su proyecto de renovar el parque automotor.
Ya quisieran los ediles de otros cantones, asimismo pequeños, tener un vehículo exclusivo para movilizarse, si bien sus funciones, como los de Quito, las cumplen tras un escritorio.
Los actuales alcaldes, la mayoría políticos de carrera, demuestran una facilidad pasmosa para gastar los dineros públicos. La prioridad para ellos casi no cuenta, peor las necesidades colectivas, así sea arreglar la pileta de un parque o una acera.
Como lo hemos insinuado tantas veces, se han dado por organizar fiestas, conciertos, contratando artistas internacionales, y hasta financiando fandangos para diversión de la gente.
Una degradación del servicio público, de la representación popular; una demostración de vanidad, de hacer del presupuesto municipal un molde en el cual cuajar cualquier nimiedad o gastos innecesarios. De verdad, deben saber ubicarse.