¿Supervive la vergüenza?

David G. Samaniego Torres

‘Lo que sabemos es una gota de agua; lo que ignoramos es el océano’, decía Isaac Newton. Conocer, buscar la verdad, hacernos de conceptos, descubrir horizontes y encontrarnos siempre listos a dar respuesta a interrogantes que aparecen, hoy más que ayer, es tarea que no conoce épocas ni plazos y hace que nuestra inteligencia no sea un adorno solamente sino un atributo humano que lo usamos para aquello que fue creado.

Me falta un año y media docena de semanas para formar parte, Deo favente, del escuadrón de nonagenarios; es decir, basado en la lógica, pienso que seré un privilegiado más que puede darse la mano con su pasado porque vivimos unos días muy singulares: nunca como ahora la vida se convirtió en algo tan volátil; nunca antes hubo tantos atrevidos que se adueñaron de micrófonos para exponer en público sus mezquindades; nunca antes la vergüenza personal se dio a la fuga para que su dueño pueda hacer gala de su pobreza mental con una facilidad digna de mejor suerte. La demencia y la locura se han vuelto amigas inseparables.

Cada uno de nosotros es dueño o poseedor de su propia historia, en parte la hemos escrito personalmente y en parte fueron las circunstancias que nos obligaron a ser parte de ella. Así fue siempre, no se trata de algo moderno: nuestras vidas están uncidas a las circunstancias, unas comunes al género humano y otras que llevan nuestra rúbrica.

Acompáñenme unos renglones adicionales. Miremos al Ecuador de hoy, de ayer, de los últimos días. Suceden tantas cosas sorprendentes, inusuales. Un viajero me cuenta que se encontró en el aeropuerto con la vergüenza que emprendía un viaje sin retorno. Preguntada por qué lo hacía, contestó: ‘La paciencia tiene un límite. Ayer se publicó que diecisiete parejas estaban listas para inscribir sus nombres como aspirantes a presidentes y vicepresidentes del Ecuador. ¿Quién puede vivir, en paz y cordura, en una nación que, con anuencia de su pueblo, permite que una avalancha humana se apreste a adueñarse de Carondelet para dar paso a la concreción de sus motivaciones y ser parte de un vergonzoso asalto al futuro del Ecuador? Miren sus rostros, vean quienes les auspician. Pasen sus miradas sobre sus hojas de vida. Analicen sus personalidades. En estos casos mi abuelo Benjamín, lojano, solía preguntarse: ¿Cuándo perdimos la vergüenza, a dónde se marchó la cordura? (O)