Pese al paso del tiempo y al inexorable olvido, el tren ecuatoriano persiste en la memoria colectiva ya sea como nostálgica evocación, como un coyuntural motivo de conversación, como una aspiración de progreso cada vez más lejana; como una esperanza de su recuperación en función del turismo con ejemplificadores casos como el recién inaugurado en Ibarra y las diez líneas a nivel nacional; como motivo literario también, recogido en brillantes páginas de nuestra narrativa.
“Para muestra basta un botón”, Cruce de trenes, libro que la Campaña Nacional Eugenio Espejo por el Libro y la Lectura, 2012, Colección Luna de Bolsillo, ofrece a los lectores, trae una selección de cuentos de clásicos y modernos autores nacionales y cuencanos, desde luego, con motivos del ferrocarril: Tren, de Enrique Gil Gilbert, que grafica lo que significó para el montubio el arribo del ferrocarril; Llegada de todos los trenes del mundo, de Alfonso Cuesta y Cuesta, una alegoría del tren en función de las pasiones humanas; Un centinela ve aparecer la vida, de César Dávila Andrade, un tren andino accidentado entre cúspides y cóndores y el renacer desde la muerte; El túnel, de Rafael Díaz Icaza, reflexión sobre el tiempo hecho ráfaga de eternidad, silencio y noche; Tren nocturno, de Abdón Ubidia, la metáfora de la espera imposible; Cruce de trenes, de Iván Eguez, lo fantástico, lo premonitorio, lo mítico y el tren como escenario; Tres tristes trenes, de Edgar Allan García, tres micro cuentos y una parábola del mundo; El Ferrocarril del Sur, de Martha Rodríguez, la esperanza y la desesperanza del fallido Tren del Sur; y un esclarecedor prólogo de Andrés Cadena.
No podía ser de otra manera, siendo el tren símbolo de progreso de los pueblos a lo largo y ancho del mundo y, en el caso concreto de nuestro país, además símbolo de integración nacional, que a Cuenca y al Austro llegó con retraso y fue efímero, motivo de recuerdos y esperanzas, no podía ser indiferente a la sensibilidad de los escritores ecuatorianos. (O)