Conducir vehículos de cuatro o más ruedas, bicicletas, motocicletas, entre otros “más modernos”, es síntoma inequívoco de cuan estresada y violenta vive gran parte de la sociedad.
Eso no es todo: acatar las señales de tránsito es pura teoría para gran parte de los conductores. Decir esto ya resulta hasta trillado, pero es una realidad, por desgracia, omnipresente.
Manejar un volquete cargado o no, no es igual a manejar un automóvil u otro similar. Dígase igual de un bus con pasajeros. En la conducción también influyen los principios de la física.
Calles y avenidas de Cuenca, como las de otras ciudades, han sido convertidas, si no en pistas de competencia, sí en rutas de peligro cuadra por cuadra. Igual las vías de acceso a la urbe. Son verdaderos “embudos” por donde fluye a cuenta gotas el atosigante tráfico vehicular.
Parte de esa telaraña motorizada son las motocicletas, conducidas, salvo excepciones, con total irresponsabilidad. Cómo lo hacen y las consecuencias, fatales en algunos casos, son ampliamente conocidas por la ciudadanía, lo cual nos libera de más apreciaciones.
En ese maremágnum la peor parte la llevan las bicicletas. Hay ciclovías, aunque no en los accesos a Cuenca, debiendo ser conducidas por la acera, un espacio destinado para los transeúntes.
Pero por lo mismo, los choferes deben conducir con extrema precaución y sensatez. Observar a un ciclista en la vía no basta con respetar la distancia. Al contrario, extremar los cuidados dada la altísima vulnerabilidad a la cual está expuesto.
Al parecer, el chofer de un volquete no tomó tales recaudos y atropelló a un ciclista en el sector Narancay, Panamericana Sur. Se apagó una vida con apenas 28 años de edad. Lo corrector sería decir: apagaron una vida.
¿Y? El atropellador huyó. Pronto retornará s su “normalidad”. Una familia se viste de duelo sin haberla imaginado siquiera. ¿Hasta cuándo la insensatez de algunos choferes? ¡Ya basta!