El Tomebamba quizás sea el río más emblemático de Cuenca por su historia, por sus “diabluras” causadas en épocas de crecidas sin parangón; la divide como una especie de línea imaginaria; es parte esencial de su paisaje y ha inspirado canciones tradicionales, poesía y pintura.
Eso y mucho más. Si su cauce está normal, aun si crece; si se escuchan sus sonidos y se lo contempla, el temperamento de los cuencanos está de lo mejor; igual su entusiasmo.
Si está con poca agua o seco como en la actualidad, prácticamente como arropado con piedras cada vez más grises, el estado de ánimo y el espiritual de aquéllos sufren menoscabo.
Quienes así sostienen están en lo cierto, sin bien pocos lo habrán advertido o pensado.
En mayo de 2024, el Tomebamba, también llamado “Julián Matadero”, creció como en sus viejos tiempos. De 5 metros cúbicos de agua por segundo, en menos de dos horas pasó a tener 75 metros cúbicos por segundo. Causó estragos en sus orillas; arrancó, de raíz, muchos árboles y socavó algunos muros de piedra, entre otras afectaciones menores.
Cuatro meses después luce como sin vida, o a punto de perderla; como un erial de piedras. No dan ganas de verlo.
El poquísimo caudal se queda para abastecer a la planta potabilizadora de El Cebollar. De esta se abastecen cientos de miles de familias cuencanas. Algún remanente fluye para hacer menos tétrico el panorama, pero se evapora como consecuencia de la sequía letal.
Si no llueve lo suficiente en sus orígenes, concretamente en el Parque Nacional Cajas y su área de influencia, no hay agua ni en el Tomebamba ni en los otros tres ríos de Cuenca.
Igual sucede en las demás cuencas hidrográfricas cuyas aguas van a otros afluentes del gran río Paute. Su caudal mueve las turbinas de tres centrales hidroeléctricas, asimismo a punto del “colapso asistido”.
Motivo suficiente para entender el valor del agua, para darse cuenta de cuan invivible se torna ver el horizonte de Cuenca cundido de una bruma dañina y de un “Tomebamba empedrado”. (O)