Pusilánimes: ¿desde cuándo?

David G. Samaniego Torres

Tómenlo como un pedido la respuesta a mi pregunta, amigos de El Mercurio. La bondad y la cordura nunca nacieron por generación espontánea, tampoco lo hicieron la pusilanimidad y la cobardía. Somos productos del ser y consecuencias del hacer. Con el paso de los años hemos ido perdiendo los hábitos de frecuente autoanálisis y nos hemos tornado en seres casquivanos, en personajes incapacitados para examinar el ahora, en seres que deglutimos aquello que el medio pone en nuestra mesa, es decir, no somos aquel que un buen día nos propusimos ser, estamos lejos del diseño de Quien  nos hizo humanos.

Tenemos un proceso electoral más cercano que distante. Perdonen que ponga en renglones lo que pienso que nos sucede, no a pocos, no a una minoría cuantificable, no, porque a mi entender aquello que menciono entre líneas es una epidemia que desde hace unos años nos escogió como su hábitat preferido. Comparto con ustedes algunos indicadores de lo que menciono a fin de certificar aquello que presiento y constato, a la vez.

Demos una mirada a los integrantes de nuestra Asamblea nacional. No se trata de un organismo ajeno, es nuestra Asamblea; a sus integrantes los conocemos por sus frutos. Los votos, de un tiempo acá, no obedecen a soluciones para nuestros problemas, son devoluciones de servicios, son pago de componendas, son arreglos de grupos políticos comprometidos con su futuro, con la seguridad de sus adláteres y, para desgracia nuestra, todo aquello para solaz de sus amigos y como signos fehacientes de obediencia a quienes les pusieron en un sitial, alguna vez, honorable.

Cuando elegimos autoridades para que nos representen es porque vemos reflejados en ellas nuestros anhelos de progreso, de cambio, de bienestar del país.  En un pasado, bastante lejano, la patria era el imán y motivo de la presencia en el Congreso de nuestros representantes: personas, en su mayoría doctas, honorables, procedentes de hogares sanos, conocedores de su oficio y por lo general gente apta para el oficio.

Acabo de leer: “Pon al lobo que redacte la ley y verás que devorar ovejas no es delito”, frase sencilla, muy corta, repleta de razones, nítida. La mente me lleva a la Asamblea: pon a redactar leyes a gente incompetente, cargada de consignas por cumplir, irresponsable, obediente a quienes les financiaron y … examina los resultados. Nada te sorprenda: la vergüenza huyó del Parlamento. (O)