El cortoplacismo nos arruina

Uno de los tantos vicios de nuestros políticos es el cortoplacismo. Si le sumamos el abandono de proyectos hasta su ejecución final la situación es peor.

Esto ocurre, por lo general, a nivel de quienes ejercen el poder ejecutivo, sean presidentes de la república, alcaldes y prefectos.

Cuando se trabaja en función de cuidar los votos, pensando en eventuales reelecciones, sobre todo en “no mirar sino hasta donde alcancen sus narices”, poco o nada cambia.

Nunca se planifica para mediano y largo plazo. Tampoco se toman decisiones cuyo costo político podría generar antipatías, baja de imagen y popularidad.

Claro, para eso se requiere tener personalidad, capacidad de liderazgo y el don de convencer, no con la mentira ni la demagogia, sino con la verdad, aunque duela.

Tampoco vale confundir liderazgo con prepotencia. Un buen líder es capaz de conducir a los pueblos por el camino correcto, sorteando toda clase de obstáculos, hasta posibles intentos de rebelión o de deserción, pero firme en sus convicciones.

Gran parte de nuestra clase política no lo entiende así, y a pretexto de tener visiones contrapuestas sobre tal o cual asunto de interés colectivo, enfanga al país, es parte de los problemas, no de resolverlos; confunde una oposición serena y propositiva y cae en diatribas; o se empecina en mantener fórmulas caducas, y por serlas la factura es contraproducente.

¿Cuál es la visión del Ecuador de aquí a los próximos 5, 10, 20, 30 o 40 años? Nadie parece tenerlo. Todo es coyuntura, electoralista; o de querer someter a la fuerza determinada concepción ideológica cuyo fracaso es evidente en otros países, sobre todo en materia económica.

El cortoplacismo, a lo mejor nos está cobrando, y muy caro, la poca visión en materia energética, en lo ambiental, en seguridad, y hasta por no determinar políticas públicas bien elaboradas y ejecutables para enfrentar las inequidades sociales, el germen de posibles levantamientos.