En tiempos de emergencia, el Gobierno debe entender cuan dañina es la desinformación.
El país ha vivido una semana tensa a causa de los apagones, como se denomina a la suspensión del servicio de energía eléctrica.
Para el anochecer del miércoles y el amanecer del jueves se anunció un apagón nacional durante ocho horas, salvo para determinados sectores estratégicos.
Por intuición, eso era imposible de creer dado el estiaje casi general. Y así fue. El apagón se extenderá para el lunes, martes y miércoles próximos, como si fuera lo suficiente para sortear un fenómeno natural de grandes proporciones y de efectos devastadores para la economía y la seguridad.
El comercio, aún el informal, se abarrotó por la compra de focos recargables, linternas y más artículos de iluminación. Todos tomaron precauciones, incluso hasta compraron hielo para salvar productos y alimentos perecibles, en especial en la Costa.
En otros casos, y dada la necesidad, hasta compraron motores, una alternativa ejecutada desde cuando comenzó la crisis energética.
Empero, en varias ciudades no se aplicó la suspensión programada del servicio durante dos o cuatro horas, otro anuncio imprevisto.
Cuántos habrían ido a dormir, previamente desconectando sus artefactos eléctricos, o temprano cerraron sus negocios
No parece ser un asunto tan complejo o no comentable; pero lo es. La ciudadanía quiere certezas. Su estado anímico no está para soportar ambigüedades. Estamos hablando de un servicio básico, sin el cual nada se mueve y la deja a expensas de la delincuencia.
Por lo tanto, aquel “experimento” debe ser suficiente; y desde ya, para los apagones programados para la semana entrante debe informarse con la verdad: días, horarios y lugares.
Si no llueve lo suficiente y durante un tiempo sostenible, los cortes de energía nos acompañarán quien sabe por cuántas semanas. Insistimos: informar correctamente, sin medias tintas ni poniendo cortinas de humo.