Los apagones sacan a flote todo tipo de iras reprimidas, de reprimendas también, de echar la culpa al otro pero sin asumir las propias, de lanzar propuestas para desviar la atención ciudadana, de arrepentimiento parcial por haber aprobado una Constitución justo para impedir la inversión del sector privado, sea nacional o internacional, en el área energética, pretextando soberanía o de creer en el estatismo a ultranza; de permitir el agarre de los recursos de empresas como la CELEC, como se hace con los del IESS, para salvar los apuros económicos de los gobiernos de turno.
En estas horas oscuras de la patria, los apagones coinciden con los tiempos electorales, abono fértil para aplastar al de turno, seguramente para ofrecer si es posible ríos de agua llenos o de convertirla con solo moler piedras.
Todo es posible en un país donde no se trata de ser parte de la solución sino del problema, de ahondarlo si es posible; de hablar, y con razón, de millonarias pérdidas económicas, menos de sentarse alrededor de una mesa para hablar en un mismo idioma sobre cómo enfrentar tan dura y larga crisis eléctrica, introduciendo reformas legales profundas, cambios estructurales en el sistema tarifario, en el de distribución y de comercialización, en especial -lo repetimos- de permitir la inversión privada, sin la cual, es imposible salir del pozo. Es hora de sacarse las vendas, de seguir el ejemplo de los países vecinos, no de continuar esperando todo, y hasta casi gratis, del “papá Estado”.
Ya viéramos al presidente de la República convocando a todos los sectores, incluyendo al político pese a la animosidad, para, entre todos “tomar al toro por los cuernos”. Pero no, ha preferido el estrado de la ONU. Está en su derecho. Más empático hubiera sido estar con el pueblo en estas horas oscuras, dando la cara hasta para animarlo, aunque sea implorando lluvias junto a él. La omnipresencia favorecida por internet no basta. (O)