El suicidio

Hernán Abad Rodas

Es alarmante la frecuencia de casos de suicidio que se están presentando, no solo en la ciudad de Cuenca, sino en todo el país; siendo los adolescentes el grupo de población más vulnerable.

El carácter irrevocable de la muerte, habla en favor de tratar de impedir todo suicidio y de abolir la guerra. Poner fin a la vida de uno mismo o de otro semejante, es indeseable en todos los casos en que es válida la expresión: “mientras hay vida, hay esperanza”.

Situaciones de desamparo extremo, o de incapacidad física, pueden hacer que quienes las padezcan tengan deseos de morir, porque les es intolerable continuar viviendo; o bien, una persona puede sentir que es incompatible con su propia dignidad, ser una carga para otras personas.

Creo que deberían agotarse todos los medios posibles para intentar aliviar los sufrimientos de los más de 3.000 millones de seres humanos que viven en la pobreza, y al borde de la miseria.

Pero no es lícito permitir que decisiones políticas o económicas, afecten el derecho inherente a vivir una vida digna a millones de seres humanos, solo para satisfacer la codicia de un 10 a 20% de la población mundial.

El placer y el dolor no tienen una dignidad intrínseca, en tanto que la vida tiene una dignidad que no reconoce equivalente.

Innegablemente algunas personas intentan poner fin a sus sufrimientos, y encontrar la libertad mediante la decisión de poner fin a la vida. Pero, ¿es verdadera libertad la que alcanzan de esta manera? Cuando la vida va en contra de la voluntad del individuo, y se desvanecen las posibilidades de superar las tribulaciones, ésta se convierte en un cautiverio.

Que se acepte o se rechace el suicidio, depende en última instancia de la concepción religiosa del individuo o del concepto que tenga de la vida y de la muerte; por ejemplo, en el Japón, cuando el honor del hombre era el supremo valor, el Samurai sentía que era su obligación el suicidarse para purificar su nombre del deshonor.

En cambio, en los países cristianos, únicamente Dios tiene el derecho de decretar en qué momento debe morir un individuo.

El budismo presupone que la vida existe eternamente en el pasado, en el presente y en el futuro; el sufrimiento no termina con la muerte, sino incorporado en el Karma, continúa existiendo aún después de la muerte.

Por todo lo anteriormente anotado, las actitudes que tomemos frente al suicidio, deben ser una cuestión de fe; pero mientras consideremos a la vida humana como algo invalorable, no DEBE SER ACEPTADA la deliberada acción de ponerle fin. (O)