Revivamos el encuentro con un amigo cercano, quien nos comparte alguna angustia de su familia o deja ver algún sueño truncado. ¿Cómo reaccionamos? Entre las respuestas más comunes estarían: ¡Ya no llores, no es nada! O quizá un ¡Ah, ya te voy a dar un motivo para llorar de verdad! O también le damos una mirada perdida, volteamos y así, con la espalda visible salimos del lugar.
La realidad es: nuestro tono de voz se encoge a la magnificencia de la dulce comprensión. Las ondas sonoras vibran en el tímpano luego de pasar por el estrecho conducto auditivo, y entonces, cerebro, oídos, y corazón se sintonizan para procesar cada dato entregado por nuestro flamante paciente emocional y procurar acompañar, de la mejor manera, su dolor.
Hoy, pensé en cómo son nuestras reacciones con los niños. Se ha hecho común ignorar su llanto sin saber la causa del mismo. Creemos todavía en la engañosa efectividad de que al decir “no llores,” dejarán de llorar. Damos por sentado que a una corta edad entre 3 y 12 años saben bien cuál es el significado de tristeza y que, por tanto, decir “estoy triste” es solamente una manera de llamar la atención o un capricho pasajero.
A lo largo del último año escolar, mi hija me dijo en algunas ocasiones “el planeta está muy triste.” La primera vez, me interesé por esta expresión y quise comprender a qué se refería con ello. En clases, junto a sus pequeños compañeros, habían hecho conciencia sobre el daño de tirar basura en la calle, desperdiciar el agua, no reciclar, quemar árboles, la pérdida de flora y fauna ante incendios, etc. Ella sintió el dolor del planeta en cada botella de plástico encontrada en su caminar, pedía recogerla, y ponerla en su lugar.
¿Por qué como adultos aparentemente cada vez más sabios aún no terminamos por empatizar con la tristeza de esa existencia pura como la de un niño y la naturaleza? Recordé un libro que leí en la universidad La Venganza de la Tierra de James Lovelock, quien en el primer capítulo decía: …hablo como un médico planetario cuyo paciente, la Tierra viva, tiene fiebre… nuestras vidas dependen de que el planeta que habitamos se mantenga sano…porque garantizar el bienestar del cada vez mayor número de habitantes requiere que el lugar donde vivimos esté fuerte. Entonces, ¿Cuántas tristezas más vamos a ignorar? (O)