No directamente el presidente Daniel Noboa, pero sí sus mandos medios, convertidos en voceros, autorizados o no, se han dado a la ingrata tarea, como ocurría en el “viejo Ecuador”, de denostar el trabajo periodístico.
El primer mandatario, fiel a su filosofía de “pocas palabras”, de haber elevado a la red social Tik Tok a supra categoría para, dizque, informar o hacer propaganda, aunque de forma camuflada, le ha sacado el bulto a la prensa nacional, salvo unas pocas excepciones.
Por él hablan algunos ministros, eso también llevados por los apremios como la inseguridad y ahora por los apagones. También lo hacen los “asesores de Palacio”. Han sido estos, en especial, quienes, confundiendo el rol de los periodistas o tratando de volverle intocable al presidente, quieren dar lecciones de cómo, según ellos, debe ser una buena prensa, no cuestionadora del poder sino sumisa, no investigativa sino alimentada por las relaciones públicas o por las redes sociales, no contrastadora para encontrar la verdad sino divulgadora de mentiras, de elementos distractores y hasta de propaganda.
El presidente, en materia de comunicación, está encerrado en una cápsula de cristal, desde la cual, al parecer, echa de menos a los medios de comunicación, viéndolos hasta como sustituibles, una forma crasa y torpe de entender y de ejercer el poder, y para eso cuenta también con adláteres. Mimetizarse, tarde o temprano pasa factura. El desgaste será inminente.
La información no es propiedad del gobierno sino de la gente. No debe rendir cuentas, sino pedirle cuentas, y para eso están los periodistas, los mandantes.
El gobernante, al comienzo de su gestión, firmó la Declaración de Chapultepec para proteger la libertad de expresión. Fue un buen augurio; pero está allí nomas.
Aún queda tiempo para enmendar, entendiendo algo categórico: el poder y la prensa nunca deben llevarse bien, y es para bien de los dos.