Hace ya algunos años lo conocí cuando repentinamente me atreví a solicitar un patrocinio para participar en las recordadas interjorgas, el resultado de tal audacia, desfilar con uniformes deportivos de cierta particularidad automovilística y que obviamente llamaron la atención.
Los años pasaron y asumo que, al coincidir en el barrio pudo recordarme. Las salutaciones son casi a diario con aquel caballero de fina estampa y especialmente con su esposa e hija, con quienes intercambiamos sonrisas y con cierta recurrencia, notorias gesticulaciones por los problemas de estacionamiento.
Hay ciertos planes en mi familia y a buena hora la coincidencia de hoy, mi consulta tuvo una respuesta precisa y muy probablemente nos quede reducido el garaje.
En contados minutos que duró la conversación nos desviamos un poquito del tema y se refirió desencantado a la sustantividad actual asestada por lo burdo y lo amoral; total contraste a lo que refleja cuando lo veo caminar de la mano de su compañera, con alegre y contagiosa complicidad de pareja, disfrutando de dos pequeños saltarines y tres simpáticos canes. Mientras me incorporaba a mi trabajo reflexionaba sobre la afectación de esta pandemia social cuya cura es incierta.
El sentir de aquel caballero como sujeto productor, miembro de familia y miembro de una comunidad, es un sentir general; esta pandemia ataca la salud mental de las personas de bien. (O)