Una cárcel en EE.UU. será el recinto de Carlos Pólit Faggioni, en los próximos 10 años. Tendrá tiempo para redactar una larga narración sobre la trama de los sobornos, las reuniones privadas con Odebrecht, las condecoraciones recibidas por las altas cúpulas correístas de la Asamblea Nacional (AN), sus 75 viajes entre 2011 y 2017 en vuelos de primera clase hacia Miami. Las conversaciones con José Serrano, el inefable “hermanito lindo”, la red que tejió para enredar a su hijo Jhon provocando un filicidio moral en su familia, las inversiones en activos inmobiliarios como la casa de Coral Gables en donde viven los ricos y famosos del mundo.
Esta época venidera, le alcanzará para recordar los mal habidos fajos de dinero recibidos a cambio de salvar a la rancia corruptela encarnada en la gestión pública y privada, derivando sus castigos a inocentes, o archivando procesos en la devastadora máquina de la impunidad. Todo, como dirían en el “western”, por unos dólares más.
Deberá relatar sobre la terna enviada por el Congreso Nacional en 2007, su acceso a la Contraloría y su huida a EE.UU. en mayo de 2017, aduciendo estar enfermo. Ese largo historial de amistosa complicidad con el correísmo, su presencia en las sabatinas en la cuales el “prófugo” le calificó de “simpatiquísimo” y “hombre honrado” son detonantes para sentenciar: no son culpables quienes le eligieron, sino los que durante 10 años engañaron a la sociedad, al calificarle como un hombre de bien. Por eso deberá contar sobre sus reuniones secretas con el correísmo, los fiscales Chiriboga, Reina, Baca Mancheno; y, las decenas de emisarios de la infamia.
Deberá explicar cómo consiguió que la jueza Karen Matamoros, sentencie a un año de prisión por supuestas “calumnias”, a los miembros de la Comisión Nacional Anticorrupción, a patriotas como Isabel Robalino, Julio César Trujillo, Jorge Rodríguez, quienes nos ven desde el infinito, a Simón Espinosa, Germán Rodas y otros, por el “delito” de exhibir varios casos de podredumbre como el Manduriacu y su insólito costo. Con honradas excepciones, la miseria humana de los encargados de impartir justicia, los regocijados con los casos de corrupción no develados, han recibido un golpe certero. El sainete de miedo engendrado en la más oscura de las pasiones humanas, cuando la pérfida Constitución de 2008 marcó su sello imborrable de deshonra a la institucionalidad del Ecuador, ha sufrido una merecida derrota.
El poder ilimitado e infinito, no existe. El desvanecimiento ético evidenciado en los minúsculos de cerebro al creerse intocables genera ese vacío y destierro obligado a su existencia. Ese camino de fastuosidad y dispendio, esa adrenalina con la cual viven los delincuentes, termina en un cuarto con barrotes, o con la muerte. Pronto les tocará a algunos prontuariados más, quienes por ahora se pasean, y elevan discursos de “moral”. Para la aplicación de justicia auténtica se requieren operadores intachables, tiempo y paciencia. (O)