Hay un singular proverbio de la nación hebrea que dice: «Como Dios no podía estar en todas partes, entonces hizo a las madres». Para expresar lo sublime e inmensamente importante que es la misión recibida del Creador: traer la vida, cuidarla, protegerla, organizar un hogar, ser madre y esposa, copartícipe de una responsabilidad suprema, figura decisiva en la historia de cada ser humano.
«No hay nada tan semejante a Dios como una buena y noble madre». El ser que mejor representa la entrega afectiva, el cuidado de la riqueza personal y los más altos sentimientos compasivos y reconfortantes en la vida es, sin duda alguna, la madre. Esto se debe a que su rol social la convierte en reproductora, no solo biológicamente, sino en todos los sentidos: reproduce patrones sociales, educación, habilidades, virtudes y capacidades. De ahí que su influencia sea tan determinante en el nuevo ser y en las nuevas generaciones.
Winston Churchill, el gran estadista y primer ministro de Inglaterra, escribió: «Lo mejor que le podía suceder a un ser humano era tener una madre inteligente y sana». Su madre era afectuosa y cercana a él, pero a la vez exigente en cuanto al cumplimiento de sus obligaciones. Esto es de gran importancia porque, con frecuencia, confundimos cariño con sobreprotección.
Todas estas virtudes las hemos visto en gran medida en nuestra madre Teresita Campos. Aún a sus 95 años, cumplidos en esta semana, no tolera acciones que se aparten de lo moral, de las buenas costumbres, de la caridad fraterna, por lo que sus hijos no se molestan al recibir sus consejos o reprimendas.
Tener una madre de 95 años, con toda su inteligencia y lucidez, pendiente cada día de sus 6 hijos, 20 nietos y 14 bisnietos, preocupada y solidaria con los más necesitados cercanos a ella, en constante oración, es una gracia inmensa. Es un tesoro por el cual damos gracias a la vida y a nuestro Creador.
¡Gracias, Mamita Tere, por darnos la vida y entregarnos tu amor! Porque velaste nuestros sueños, modelaste nuestros corazones, escuchaste nuestras dudas y tus consejos nos hicieron mejores. Gracias, mamá, por tu amor. ¡Madre como tú, nadie jamás! (O)