¡Hasta que le llegó su hora!

Francisco Cherrez Tamayo

Sí, al simpático, al elegante, al honesto, al insobornable, al “contralor de lujo” (a decir del prófugo del ático), a Carlos Pólit, le llegó su hora. Por fin fue sentenciado a 10 años de prisión por la corte federal de Miami, con un total de seis cargos en su contra, sobre todo por ser hallado culpable del delito de conspiración para lavado de dinero, en la compra de bienes raíces, dinero reunido de los múltiples sobornos que recibió de muchos negocios turbios, especialmente de la compañía brasileña Odebrecht, cuando fungía como una de las máximas autoridades de control, en la incierta y nefasta década del correísmo. Sin embargo, la pena que quería imponer en primera instancia la Fiscalía era de 19 años con 5 meses, por el elevado monto que este siniestro personaje afectó, el cual llega a la suma de 16,5 millones de dólares. Obviamente ahora sus abogados defensores, que por su puesto deben estar muy bien remunerados, aducen a la corte que la sentencia es demasiado punitiva e injusta, que la condena debe reducirse a menos de 5 años, alegando que este “angelito” es mayor de edad, que es una persona altruista, que tiene un corazón magnánimo y solidario, ya que ayudó a muchos amigos y parientes en situaciones difíciles; que su comportamiento actual en donde está recluido es intachable, que acude a la eucaristía, canta en el coro, barre la iglesia y muy pronto hasta puede llegar a celebrar misa! Claro que no actuó solo, uno de sus principales aliados para todas estas conspiraciones en contra del pueblo ecuatoriano fue su hijo John, quién como buen alumno le salió corregido y aumentado, y en poco tiempo le hará compañía a lo mejor en la misma penitenciaría y en una celda conjunta. No hay duda que la vida es efímera y aquí mismo se va pagando todo; nos queda nuevamente la lección de que el dinero, y peor el mal habido no compra la felicidad, de la cual sí gozamos las personas de bien, que vemos replicados en nuestros hijos y nietos (as) los valores y principios que honran a la sociedad. La riqueza inmerecida es una infamia y un agravio, a la que tarde o temprano le llega su hora, en una fría celda de cemento. (O)

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