Lo que hoy somos, ustedes y yo, es el resultado de una mixtura subyacente. La relación entre causa y efecto es una constante, una ley presente en nuestro día a día. Los ecuatorianos, además de cualidades positivas, que sí las tenemos, algunas en pleno ejercicio, también tenemos defectos que de tanto convivir con nosotros han penetrado más allá de nuestra epidermis, llegando a convertirse en rémoras de progreso, en taras difíciles de erradicar. Este es un tema para un tratado, no para un artículo. Raspemos dicha epidermis, intentemos un acercamiento al deber ser.
El nuevo siglo que nos tocó inaugurar tiene una ventaja: habernos desnudado y colocado frente a un espejo. En estos casi cinco lustros han aflorado inconsistencias en nuestro diario vivir que hoy, fiesta cívica de grata recordación, es menester ponerlas sobre el tapete. No nos echemos para atrás, no escondamos nuestros rostros, abramos bien los ojos y analicemos aquello en que hemos devenido para volver a proyectar con fuerza el ecuatoriano que debemos siempre ser. Valgan estos renglones como una introducción a un tema que debe ser bien discutido a nivel nacional, en sus diversos estamentos e instancias. Si la verdad nos hace seres libres, caminemos de manos con ella.
-Estamos perdiendo, aceleradamente, el honor personal y colectivo. Poco nos importa que se hable mal de nuestra sociedad, que se divulguen formas vulgares de comportamiento.
-La vergüenza ya no tiñe de rojo nuestros rostros. Que seamos ingobernables, que el pillaje impere en muchas instituciones, que la justicia está comercializada, que las leyes se hicieron para conculcarlas, que los partidos políticos se han convertido en asociaciones útiles para todo menos para ideales patrios, que existe una apatía general sobre la necesidad de un cambio radical en el país y … tantas otras cosas forman una tarea descomunal de cambios y acumula la deuda con la Patria cuya bandera juramos un día.
En ocasiones me imagino conversar con Sixto Durán, Clemente Yerovi, Jaime Roldós, Jorge Zavala B., León Febres-Cordero, Blasco Peñaherrera, Gustavo Noboa, Rodríguez Lara, entre otros. Cuando les pregunto qué nos pasó, callan dolidos.
Este mes tiene para mí recuerdos muy personales. Julio Jaramillo nació el primero de octubre de 1935. El nueve de ese mismo año y mes, mi santa madre, Zoila Torres, decidió que ya era tiempo que empezara yo a conocer y amar Ecuador, tierra bendecida por Dios. (O)