La realidad derivada de la crisis eléctrica golpea al Gobierno y, en carambola, a todo el pueblo por igual; o a este mucho más.
Para manejar una crisis compleja urge renunciar a las emociones, cuando no, de, inteligentemente, separar cualquier aspiración política de un problema gravísimo, cuyos golpes no soportan los cálculos con ese objetivo.
Días atrás se proclamó la reducción gradual de los cortes de energía eléctrica, pero sin tener mayores certezas.
Con la naturaleza no se juega. Las mismas predicciones climáticas apuntaban a la prolongación y agravamiento de la sequía.
He allí la realidad. Un Gobierno desesperado reconoce la gravedad de la emergencia y dispone prolongar los horarios de suspensión del servicio durante 14 horas diarias. Es, como dice el adagio popular, pegarse un tiro en el pie.
Sí, de 8 horas diarias se incrementa a 14 por sugerencia del Comité Asesor Permanente en Materia de Energía Eléctrica, convocado, asimismo, de suma urgencia.
La sequía está a punto de convertir en erial el embalse de Mazar, clave para la producción de energía eléctrica.
El caudal del río Coca sigue reduciéndose. En consecuencia, la generación eléctrica proveniente de la central Coca Codo Sinclair es baja.
La incorporación de más megavatios gracias a la reparación de varias centrales térmicas, y los generados por la barcaza de Karpowership, ni de lejos abastecen la alta demanda.
El Gobierno anuncia la puesta en operación de otras mini centrales para noviembre y diciembre próximos, incluyendo la funcionalidad de la Toachi-Pilatón, más los megavatios comprados en el exterior. Esto último se concretaría en los primeros meses de 2025.
Si no llueve de manera sostenida, mal puede hablarse de reducir el horario de los apagones. Los otros megavatios “están por venir”.
Es imprudente sembrar falsas expectativas entre la población. Debe prevalecer la verdad, así resulte dolorosa, como, en efecto, lo es.