Entender para entendernos
David G. Samaniego Torres
‘Basta con vivir para ver’, reza un viejo adagio. He vivido bastante. He visto otro tanto. Los ojos captan instantes que nuestra mente los procesa y que forman parte de nuestro bagaje personal. El tiempo es efímero y lo dejamos correr, lo desperdiciamos, pensando que la prisa es infundada. La oscuridad nos cerca.
A jóvenes y viejos nos ha tocado vivir una época por demás interesante. A los jóvenes con la alegría y el optimismo de todo principiante y a los viejos con un cierto sabor a que se nos acaba el tiempo. Hasta aquí todo es normal, siempre fue así, el contraste entre las implicaciones de las vidas jóvenes y aquella de los ancianos sigue siendo en buena parte el mismo; sin embargo, en estos meses y años el mundo asiste a un nuevo modelo de comportamiento, desconocido hasta ahora. Permítanme unas divagaciones necesarias para entender las circunstancias. Tengo en mi mente tres grupos claramente establecidos: quienes aún no alcanzan los treinta años de vida; quienes están por cumplir los sesenta y los demás.
Estos grupos humanos, grosso modo, tienen historias diferentes qué contar y aspiraciones diversas.
De los treinta años para arriba la suerte está echada. Qué hicimos y que están haciendo los más jóvenes aún cae en el campo de lo racional y pertinente, existen ideales y metas en cuaderno y los más ponen en práctica historias escuchadas e imitan valores vividos. Podemos decir que quienes nacieron o nazcan de este grupo humano entienden su razón de ser y existir sobre el planeta. Mi preocupación, que aspiro sea también la de aquellos que manejan el devenir nacional, es saber qué está pasando hoy a la niñez, adolescencia y juventud ecuatorianas. Quiero apartar de este juicio de valor a quienes se educan en instituciones particulares porque de una u otra forma, aunque también con serios contratiempos, se alcanzan metas y se busca una mayor coherencia en la formación de la niñez y juventud.
Me duele el derrumbe de caminos y metas por alcanzar. Hoy se idolatra la mentira, la grosería es motivo de broma, la injuria la tenemos a flor de labios y los llamados valores morales empiezan a esfumarse. Alguien dijo que ‘la ignorancia es el combustible del populismo´: una gran verdad. Los modernos instrumentos de comunicación social, en parte, se alimentan de groserías y engaños. ¿Callejón sin salida? (O)