Los hijos de la guacamaya nacieron del diluvio universal, su cultura floreció en el valle de Guapondelig; y, conquista tras conquista; desde el incario, la colonia y la república, se mimetizó, llenando con sus propios contenidos los contenedores de cada conquistador.
De Guapondelig, pasando por Tomebamba hasta llegar a Cuenca se habla cantando, pero se canta claro, se canta con la seguridad de la identidad y el propósito, con la seguridad de saber el rumbo y sabernos sus dueños.
De Guapondelig, pasando por Tomebamba hasta llegar a Cuenca más allá del centralismo, del desgobierno de turno y sus sabáticos antecesores, más allá de la postergación, la marginalidad y el olvido, más allá de la demagogia populista y de la politiquería estructural de la coyuntura eterna, más allá del descalabro; crece el espíritu progresista de un pueblo ancestral que desde la raíz florece tras cada diluvio.
En Cuenca más allá del estiaje y la sequía, más allá de la prolongada crisis política, económica, social, ambiental, más allá de la violencia y la inseguridad; florece la esperanza de un pueblo empoderado de su legado y determinado a escribir su historia.
Cuenca nace en abril y conquista su libertad en noviembre, en el camino concilia, en su propio mestizaje, la identidad que es marca y plataforma.
Cuenca consagra, desde el 3 de noviembre la libertad como patrimonio, la libertad como fundamento, la libertad como forma de vida única e irrenunciable.
Cuenca, desde el 3 de noviembre consagra un grito que proyecta su eco en la eternidad
¡Viva Cuenca, Viva la Libertad Carajo! (O)