Y si resulta que mañana decidimos no votar por ninguno de los 16 o más candidatos que se desesperan por ceñirse la banda presidencial con la frase “Mi poder en la Constitución”, como si fuera gran cosa el poder, excepto ser adictivo.
Y si resulta que en uno de estos días tomamos sus planes de trabajo, los contraponemos con la realidad, la dura por su puesto, y viendo que no cuadran, les convertimos en cenizas, no a ellos desde luego si no a esos adoquines.
Y si resulta que nos decidimos a decirles a cada uno lo que son, lo que fueron, lo que podrían ser, si llegan reinar en el palacio lleno de fantasmas; lo que en verdad representan, lo que en verdad aspiran.
Y si resolvemos sacarles las máscaras, dejarlos en cueros, para descubrir quiénes están detrás de ellos, quiénes financian su cívico peregrinaje por los cuatro costados de la patria, o los que les azuzaron para ser parte de semejante sábana electoral a cambio de no perder sus registros electorales.
Qué tal si el día del debate los enfrentamos para decirles que estamos hartos de sus mentiras, de sus ofertas sin ton ni son; que una cosa son sus “sueños de perro”, otra, diametralmente distinta, es la suerte de este país saqueado, endeudado, corrupto, a merced de una ola de violencia que crece como crecen las higuerillas en los acantilados.
Qué bienvenida sería la hora escogida para restregarles en los ojos las cifras del presupuesto general del Estado, donde priman los puntos en rojo; la penosa realidad del Seguro Social o la desgracia en puertos, bahías y fronteras.
Y si los echamos encima los más de seis millones de desempleados, los millares que se fueron de esta tierra ecuatorial, o los miles y miles de jóvenes que cayeron en el fondo negro de la drogadicción a pretexto de salvar a los adictos, adictos que, salvo excepciones, optaron por el narcomenudeo.
Y si los obligamos a leer la Constitución, otro adoquín hecho a la medida de una jauría de lobos, tigres y fitos, como quien se dan cuenta que a esta patria cundida de derechos, no de Estado de Derecho, menos de deberes, le rige una anaconda de mil cabezas, dispuesta a reducirla a una isla para provecho de corruptos, mafiosos y totalitarios.
Que tal, si fuera posible, echar al tacho tanto movimiento político, casi todos creados para sangrar la República, dar cabida a vivarachos y “entontecidos por dinero y poder”.
Que tal si formamos una marea humana para decirles a los politicastros, a los presidenciales, que se larguen todos, que necesitamos repensar la República aunque sea desde los escombros, sobre los cuales no cabe que sigan quienes los provocaron. (O)