Todos tenemos un lugar secreto sin explorar que llevamos en lo más hondo de nuestro ser, y al que podemos acceder para curar las heridas profundas, a este lugar le llama Susan Jeffers: el reino de las lágrimas.
La sociedad en la que vivimos inmersos, con su egoísmo recalcitrante, nos ha transformado en seres indiferentes al dolor ajeno; hemos perdido la sensibilidad social, nos ha enseñado que los hombres de éxito no deben llorar por sí mismos, mucho peor por sus semejantes que viven sumidos en la más profunda miseria.
El materialismo nos ha cerrado las puertas que conducen al reino de las lágrimas, donde moran las lágrimas positivas que nacen de la consciencia de que, el dolor forma parte de la riqueza de la vida.
La vida es dura, de hecho, vivir implica una gran cantidad de dolor. El hambre, la guerra, la avaricia, la injusticia, la enfermedad, la narcodelincuencia y la corrupción son reales ; no se trata de productos de nuestra imaginación.
Afortunadamente, aún existen seres que continúan considerando a la raza humana, que no han perdido su sensibilidad social, y han convertido el reino de las lágrimas en una parte integrante de sus vidas.
Cuando observamos la lucha de los demás, ya podemos establecer una relación con nuestra propia lucha, podemos abrazar su dolor y comunicarles que no están solos, siempre que no eludamos visitar nuestro propio reino de las lágrimas. De esta forma aprenderemos a juzgar a nuestro prójimo con menor dureza, al recordar que tienen en su interior su propio reino de las lágrimas.
Debemos HUMANIZAR EL DOLOR, porque cuando uno humaniza el dolor consigue identificarse con la alegría de pertenecer al género humano, pues nadie puede sentirse parte integrante de éste, con un corazón de piedra, ya que el dolor es una parte fundamental de la condición humana.
El amor –que es Dios- recibirá nuestras lágrimas y suspiros como incienso quemado ante su altar, y recompensará con fortaleza, nuestro amor al prójimo y a la madre tierra.
El amor es algo que se fortalece con la paciencia, crece a pesar de los obstáculos, se guarece en invierno, florece en primavera, hace soplar la brisa en verano y da frutos en otoño.
¿Quién no se ha sentido rechazado, falto de amor, desamparado, solo?, ¿quién no ha llorado ante la injusticia?, ¿quién no ha tenido que conformarse con la realidad que, inesperadamente nos obliga a decir adiós a los que más queremos?, ¿quién no ha visto todo el dolor, el sufrimiento, y la destrucción que existen en el mundo?; la vida conlleva a enfrentarse a todo esto.
La verdad es que tenemos miedo a que el dolor de nuestro prójimo penetre y libere al mismo tiempo el nuestro. (O)