Cumbre del desempleo que galopa por las calles, semáforos, parterres y plazas de la ciudad.
Cumbre de la violencia que campea en todas sus formas, formatos y posibilidades:
Ya la violencia política, la violencia que, siendo política, también es de género; la violencia en las redes y los medios, la violencia en los noticieros y en los programas de “entretenimiento”, la violencia del lenguaje cotidiano con que condenamos la violencia de los violentos. La violencia de la delincuencia; del crimen organizado y del desorganizado también; la violencia de la gestión corrupta, de la demagogia, la violencia del cinismo de la precampaña plagada de sonrisas y promesas inundan todas las redes en todos los formatos y tiempos…
Cumbre del estiaje y la sequía, efectos tangibles de la “alarmista novelería” a la que se han dado en llamar cambio climático, solo para joder la economía que crece y acumula, como si acumular marginando no fuera otra forma de violencia, en fin…
Cumbre de los apagones que rompieron récord y se apagaron, en tregua por la Cumbre, luego regresan y regresan recargados, aunque ya voces oficiales dijeron que no, es decir que seguramente si o quizá ¿quién sabe?
Y así, en nuestra propia cumbre nos cae la otra cumbre, la de los duros, la de los que decidieron recordar los despectivos epítetos con que fueron descritos por el anfitrión y obvio… la XXIX Cumbre Iberoamericana es la cumbre de las ausencias, de las excusas, de los delegados.
Pero cumbre es cumbre y como a toda cumbre hay que subirla, vivirla, conquistarla y disfrutarla y en eso nadie nos quita el gusto, pues Cuenca es, a pesar del centralismo y seguirá siendo, más allá del centralismo.
La XXIX Cumbre Iberoamericana, la Cumbre de Cuenca, nuestra Cumbre es una ventana para volver a mostrarle al mundo ¿por qué somos Patrimonio Cultural de la Humanidad? (O)