El fallecimiento de GUSTAVO GUTIÉREZ, el pasado 22 de octubre, considerado el iniciador y uno de los Padres de la Teología de la Liberación, es una buena oportunidad para reflexionar brevemente sobre qué ha sucedido y sucede hoy con este movimiento que, hace 50 años, inspirado por el Concilio Vaticano II y el Sínodo de Medellín, trató de revolucionar la Iglesia, de “liberar un continente”, cuestionando estructuras injustas y promoviendo un enfoque del Evangelio centrado en los más vulnerables.
El florilegio de teólogos y pastoralistas que surgió en esta línea tenía como consigna cambiar la Iglesia; NO en lo doctrinal; SI en lo institucional. Abogaba para que el organismo jerárquico, siempre distante, se acercara y se constituyera en un verdadero apoyo para las comunidades necesitadas. En zonas rurales y empobrecidas, la Iglesia se convirtió en aliada de movimientos sociales que defendían los derechos de los trabajadores, luchaban por justicia agraria y se oponían a las dictaduras que afectaban a la región. Así, la Iglesia se consolidó como una voz de esperanza y dignidad.
Sin embargo, cincuenta años después, el entusiasmo inicial ha disminuido. Yo diría, por dos razones fundamentales: En primer lugar, por la resistencia dentro de la Iglesia, donde sectores conservadores la consideraron como una desviación del enfoque espiritual. Externamente, los gobiernos y sectores económicos veían en esta Iglesia comprometida una amenaza para sus intereses, lo que incluso llevó a persecuciones y asesinatos de líderes religiosos y laicos. En segundo lugar, por el entusiasmo desmedido y poco realista de algunos radicales que dio lugar a la instrumentalización por parte de grupos políticos o sociales. Mientras la Iglesia buscaba mantener su independencia y fidelidad al Evangelio, en ocasiones fue absorbida por movimientos que buscaban aprovechar su influencia en favor de agendas específicas (Nicaragua, por ejemplo). Así, algunos sectores perdieron su identidad espiritual para convertirse en una mera organización de caridad, olvidando que el equilibrio entre la caridad y la justicia es esencial para mantener viva su esencia.
Hoy, el Papa Francisco ha hecho un llamado a recuperar el espíritu de aquellos años, promoviendo una Iglesia “en salida”. Por lo tanto, la oportunidad de renovación está presente: la Iglesia jerárquica tiene el desafío de retomar su voz profética y denunciar las injusticias sin diplomacias, y sin perder nunca su conexión con quienes más necesitan su apoyo. Así, el compromiso con los marginados sigue siendo tan necesario hoy como lo fue hace medio siglo. (O)