Cultura, política y democracia son términos fundamentales para todos los tiempos. Recordamos el siglo de Pericles, quinientos años antes de la era cristiana, la cultura ateniense pretendía un proceso excepcional de una forma de vida ameritada en el respeto a los principios de la libertad y la justicia, en una pulcra concepción de las relaciones sociales a partir de la corresponsabilidad cívica. Sócrates a ese tiempo, sostuvo que sólo aquellos que habían reflexionado sobre los temas de orden político de forma racional y profunda, debían tener acceso a las urnas y Clístenes en el 507 a.C., postuló la democracia como forma de gobierno, siendo el antecedente primigenio de la democracia representativa, vigente en la cultura occidental según los principios sistematizados por la Ilustración con Montesquieu, Locke, Jefferson y en nuestro medio Espejo, Mejía, Olmedo, Cortázar, Malo, Arévalo y más próceres.
La historia nos guía con la experiencia de las generaciones que construyeron el porvenir de nuestro mundo.
La república y la democracia, sistemas de estado y gobierno distribuyen el poder político en tres funciones independientes y corresponsables del bien común: Ejecutiva, Legislativa y Judicial, ejerciendo los principios rectores: soberanía popular, legalidad y seguridad jurídica para garantizar el ejercicio de los derechos humanos y las libertades ciudadanas en nuestro modo de vida ya que efectivizan el primado de la dignidad humana como principio y fin de la sociedad jurídicamente organizada.
El Ecuador del siglo XXI a futuro debe honrar estos principios medulares con el ejercicio responsable del poder del sufragio para elegir a sus autoridades que honren la confianza ciudadana con probidad, calidad cívica y eficacia. Sin impunidad ni concesión indebida para la delincuencia y las mafias del narco estado que desde el 2008 asedian al estado de derecho.
Así de objetivo, racional y libre debe ser el mundo que construyamos para las nuevas generaciones. (O)