Los apagones están allí. La población pierde la cuenta de los días, semanas y meses de vivir bajo esas condiciones.
Unas pocas horas con luz eléctrica. Las más, en la oscuridad, sin poder hacer nada o casi nada.
La incertidumbre se generaliza. Pronto llegará la angustia, si ya no lo está. Es visible en el rostro de los ecuatorianos cuyas conversaciones giran en torno a este problema colosal.
Algunas creencias religiosas, respetables por cierto, reflotan en estos tiempos de desazón. Imágenes de santos son llevadas en procesión por multitudes, invocándolas el milagro de la lluvia.
Los citadinos ven cómo arde gran parte de cerros y montañas. Pajonales, en fin, toda vegetación primaria, se convierten en cenizas. Igual, aves y animales silvestres.
Un Gobierno, preso también de la incertidumbre y de sus aspiraciones políticas, parece no atinar en las soluciones técnicas. Estas demoran en arribar al país o en ser instaladas. Cualquier justificativo deviene en eternidad.
Se generan expectativas, pero la realidad las fragua enseguida. ¿En diciembre se terminarán los apagones como dijo el presidente Daniel Noboa? Pocos tendrán una respuesta afirmativa.
Para abonar esa incertidumbre no faltan los aprovechadores de la situación, entre ellos algunos políticos en cuyas agendas consta el fracaso de cualquier solución técnica, y, si fuera racional, hasta de un eventual milagro.
También abona la hipótesis relacionada al vuelo de una avioneta “para evitar las lluvias”. ¿Cuál es el fundamento científico para decir esta aventura? Una más de las miles de sandeces dichas en redes sociales, consideradas por el escritor y filósofo Umberto Eco como el canal expresivo de “legiones de idiotas”. Cuentan las excepciones.
El Gobierno prevé instalar paneles solares flotantes en el embalse de Mazar, un proyecto fotovoltaico parte del Plan Maestro de Electricidad 2023-2032.
Nunca pudo estar el país en semejantes condiciones, acumuladas desde hacía mucho tiempo.