Por un lado, está la amenaza del presidente electo de EE.UU., Donald Trump, la de expulsar a los migrantes irregulares con el apoyo del Ejército, tan pronto como asuma el mandato.
Entre los cerca de 12 millones de indocumentados constan los ecuatorianos.
Por otro lado, más compatriotas, los jóvenes en especial, quieren salir del país en busca de días mejores.
En el primer caso, resta saber cuan operativo y fácil le resultará a Trump cumplir su oferta de campaña electoral. Su sola “orden” no será suficiente; pues hay filtros, desde legales hasta las políticas establecidas en cada estado en torno al tema migratorio.
Empero, habrá nerviosismo entre nuestros migrantes irregulares. Sus remesas enviadas al país, junto con las de los legales, son el sostén de la economía nacional.
¿Nos hemos preguntado como país, como Gobierno, cuál sería el destino de esos compatriotas si fueren deportados? ¿Cuál sería su futuro laboral? ¿Cuál sería su estado de salud, la mental sobre todo, si queda su familia en EE.UU.? ¿Cuál sería el impacto en la economía? Y así, un largo etcétera.
El segundo caso es el reflejo de la siempre mala situación económica, ahora empeorada por la inseguridad y todas sus manifestaciones ruines; la falta de oportunidades laborales para miles de profesionales recién graduados, ni se diga para quienes no accedieron a una universidad pública.
Después de Manta y Guayaquil, Cuenca ocupa el tercer lugar entre las ciudades cuya población quiere irse del país. Lo dice una encuesta realizada por la Matriz de Seguimiento del Desplazamiento de la Organización Internacional para las Migraciones.
La encuesta de otra organización refleja otro dato: 1,2 millones de ecuatorianos de entre 18 y 39 años de edad tienen la intención de irse al exterior: 64% en busca de trabajo, 9% motivado por la reunificación familiar. El país de preferencia: EE.UU.
Dos realidades opuestas de un mismo fenómeno social. Como para no cruzarse de brazos.