Aquello que estoy por contarles sucedió no hace mucho tiempo. Pese a la catástrofe de valores humanos, propiedad del nuevo siglo, a los viejos o ancianos, aún se nos trata de una manera algo deferente, es decir, no todo está perdido.
“Es que nada entiendes, qué bruto eres, idiota, eres un ignorante y no te das cuenta siquiera… miserable”, se escuchó, ad litteram. Los dos contertulios eran de mediana edad, no pertenecían a la misma raza, pero vivían en la misma cuadra; por la tarde se volvieron a ver como que nada había pasado.
Lo relatado, muy real, es una bofetada al humanismo, es la conculcación de normas del buen vivir, es un desconocimiento de reglas de urbanidad, es la muerte de la razón y el resurgimiento airoso de la sinrazón y la grosería. Nos encontramos, en este caso, con una nueva rama de la comunicación.
Tengo en mis manos El Universo. Siempre me gustó la filosofía inserta en las viñetas de Mafalda. “No entiendo, pregunta Mafalda. Miguelito: ¿qué quiere decir eso de que vas a quedarte ahí sentado esperando algo de la vida? Pues eso que voy a quedarme aquí sentado esperando que la vida me dé algo”. Concluye Mafalda con una pregunta que es una aseveración al mismo tiempo: “¿Y no será que el mundo está lleno de Miguelitos y por eso anda cómo anda?”
Mafalda logró aquello que ciertamente pretendía. Me puso a pensar, a buscar causas de ciertos efectos. Acompáñenme en este corto análisis y adjunten su propia cosecha.
- Pienso que Miguelito es ecuatoriano, además creo que es parte de un numeroso escuadrón humano formado en la misma escuela con un código de ¿valores? muy similares. Miguelito no debe tener más de treinta años poque a finales de mil novecientos se desconocían estas proclamas y consignas.
- Es nuestra culpa haber dejado marcharse a la honestidad y la vergüenza, a la decencia y el decoro, a los buenos modales y la sensatez, a la cordura y el respeto… Nos hemos quedado en la calle desnudos y sinvergüenza, sorprendidos y culpables.
- Nuestro tejido social nacional está en jirones, reducido a pedazos; imposible de contener en él planes y programas para rehacer nuestra sociedad y zurcir el tejido social. Necesitamos robustecer nuestra piel y conquistar valores que reconstruyan lo destruido para beneficio de la niñez y juventud nacionales. (O)