En estos días, he conversado con algunos amigos y con muchos comuneros, quienes me han confirmado que, luego de tanto incendio, una vez que vuelvan las lluvias, quieren concurrir a los bosques quemados para sembrar plantas nativas que ellos mismos daban vida. Este es un muy buen propósito, digno de aplausos, pero sin embargo la naturaleza es vida. Afortunadamente, las raíces que se encuentran ahora bajo tierra, sin duda alguna, resucitarán con una fuerza increíble. Las mismas cenizas les servirán de abono y con las lluvias, los pajonales y bosques reverdecerán mágicamente y mostrarán que la vida continua.
Dice un adagio que, cuando una persona va a las montañas, cada uno recibe de la naturaleza mucho más de lo que busca y efectivamente la naturaleza es la mejor maestra de la verdad y de la vida. Siempre ella nos relaja, nos da una inyección de energía y nos ayuda a mantener nuestro espíritu en calma. Al sembrar árboles y plantas, expresamos nuestro amor hacia la naturaleza. La madre tierra siempre ayuda a conectarnos con los demás. La mejor forma que una persona puede agradecer a la naturaleza es unirse a la práctica de la conservación del medio ambiente.
Aquí en el Azuay, la protección del hábitat natural mostrará, sin duda la gratitud hacia la tierra para preservar la belleza y la biodiversidad. Por ello, la naturaleza nos regala lo necesario para vivir. Si tenemos hambre, ella nos dota de alimentos; si tenemos sed, ella nos brinda agua; ella nos abriga, ella nos protege. Junto a la naturaleza, podemos sentir la alegría de la vida, no necesitamos nada para disfrutar de los regalos de la vida que nos trae la tierra. Al ver el paisaje, las flores, escuchar los pájaros, tocar las plantas, los árboles, sentimos gratitud y podemos tras la armonía, encontrar el equilibrio de la vida humana. (O)