Fueron pocos minutos de silencio para pensar qué responder; difícil decisión entre lo que se debe decir y lo que se tiene que decir.
Sin duda, una fecha muy colorida y deliciosamente aromatizada; gama cuantiosa de festines, regalos y demás; momentos de tan anhelados encuentros que sobrepasan lo inimaginable de cualquier planificación o improvisto; oportunidad magnánima para el comercio en cualquier nivel y en relativa accesibilidad… Para todos hay.
Por otra parte, la desilusión razonable ante privilegios sesgados; adultos impedidos de llevar a casa lo que su hijo pidió a Papá Noel; guaguas con el corazón destrozado porque Santa, otra vez no llegó; una mesa méndiga sin chocolate caliente… Una noche cotidiana como tantas más.
Con el pasar de los años lo que fue comercial en un inicio, repunta cada vez con mayor dominación; y, lo que surgió como religioso, adquiere gradualmente tonalidad a competencia y apariencia, alardeando de don dinero, ya veremos en meses venideros; en fin, decisiones que trascienden el individualismo, la solidaridad e incluso el respeto.
Eh ahí mi respuesta: Dista mucho el celebrar que el vivir, mientras una celebración tiene fecha o motivo, la vida es efímera como bondadosa en tiempo y espacio; recibir, compartir y entregar lo mejor y lo más decente de cada uno de nosotros, es vivir día a día La Navidad. (O)