En el sistema capitalista contemporáneo, algo apesta. Algunos filósofos incluso han dicho que no vivimos en un sistema, sino que habitamos un cadáver. Un gran cadáver cuya putrefacción ahora es global. Por supuesto en este sistema muerto ya no se aplican ni las leyes ni las normas que tuvo cuando estaba vivo. Este cadáver se llama neoliberalismo. En este “necrosistema” todo está destinado a morir. Para empezar, su futuro no está en el progreso sino en la decadencia. Solo en el aumento de la podredumbre encuentra sustento. La corrupción no solo es la norma sino la matriz de su lógica. La ley es la ley del más fuerte, y el poder absolutamente auto referencial y violento, no se comparte con nadie.
El pueblo descompuesto omite su pestilencia con maquillajes virtuales y el fugaz sucedáneo de la imagen en las redes. La forma reemplaza el fondo, todo puede comprarse. Los ciudadanos se metamorfosean en toda clase de zombies. Pasan horas destruyendo al otro y comiendo su carne. Un canibalismo pornográfico se apodera de su ocio, y el engaño es su negocio. Están formados por la farándula rosa y la crónica roja. Trogloditas que harían palidecer al homo habilis. Este al menos conocía el valor de la comunidad y la utilidad de sus manos. El zombie esclerotizado solo conoce el valor de arrastrarse por dinero, ese es factor de su éxito y el trofeo de su dignidad. El zombie no piensa, no le interesa.
El Estado es el órgano que más tiempo lleva podrido. Se transformó en la palanca del crimen y el extractivismo, y ya ni siquiera le importa justificar actos absurdos. Y a quien le importa? La política abandonó la búsqueda del consenso para el bien común y se transformó en el escenario de la guerra simbólica y práctica donde los muertos vienen y van. (O)