En el Ecuador se ha vuelto común escuchar que se han perdido lo valores o que la moralidad está ausente en los diferentes ámbitos del convivir ciudadano. Se alude a viva voz sobre la “ley del más vivo”. Por tanto, la honestidad, transparencia, solidaridad se consideran actitudes del pasado o en menoscabo. Hemos llegado a un impensable deterioro humano, del cual están inmersas instancias que en otrora tuvieron cierto grado de credibilidad, como medios de comunicación, planteles educacionales, fuerzas armadas y policiales. Visto así, en el acontecer político se refleja con creces lo enunciado.
Más de un escándalo entre el vituperio y la denuncia. Una retórica vacua que apenas alcanza el insulto. Este es el trajinar de los poderes estatales. El país va de tumbo en tumbo. Sin objetivos nacionales. Lejos de afianzar la integración, propugnando, a ratos, tesis separatistas. El Gobierno Nacional no alcanza a dimensionar su compromiso con los destinos de la Cosa Pública. Al contrario, se advierten síntomas de autoritarismo e intolerancia, con un amedrentamiento evidente hacia sus opositores. Indicios que ratifican el desconocimiento para asimilar las demandas de la población, rectificar errores y acoger sugerencias viables.
Benjamín Carrión en sus Cartas al Ecuador ya advirtió que el pueblo ecuatoriano históricamente se ha caracterizado por tres atributos esenciales: “el primero, el mantenimiento de su soberanía nacional; (…) el segundo, la lucha resuelta y bravía por sus libertades y sus garantías humanas primordiales, como libertad de pensamiento, prensa y las demás, que hacen posible la vida y la personalidad; (…) el tercero, su repugnancia invencible a la farsa, su intuitiva facultad para descubrir cuando se lo quiere ‘hacer el… tonto’, y oponerse a ello por todos los medios. Inclusive la represalia justísima de hacer el… tonto al gobernante: o la medida heroica de botarlo”.
Es primordial retomar la concepción ética para salir de la crisis. Los cambios deben traducirse en todos los estamentos. En la renovación de la estructura burocrática contaminada de tanta mediocridad y corruptela. En la oxigenación de cuadros dirigentes de los partidos y movimientos en la palestra electoral. En la preocupación e involucramiento cívico de la ciudadanía frente a la problemática de la patria. Y algo elemental, rechazar toda imposición seudo dictatorial, incluso a costa, de asumir “la medida heroica de botarlo”. (O)