¡Alto ahí, Policía Nacional! Pero, ehhh… mi coronel, ¿qué hace aquí? Siento mucho, quédese acostadito nomás, pero lo vamos a arrestar porque hay indicios de que sería parte de una banda criminal que envía caspa del diablo a España. ¡Hable serio, mi coronel! Déjese de pavadas, si usted es el que controla el envío de la droga. Ni modo mi coronel, le voy a llevar medio tapiñado para que pase vergüenzas.
¿De qué demonios estoy escribiendo? Tranquilos, no es un capítulo de una narcoserie en Netflix. Esto es la vida real de Ecuador. Es una recreación de un allanamiento en el que se detuvo a altos mandos de la Armada y la misma Policía Nacional. ¿El motivo? Estaban metidotes hasta el pescuezo, en el tráfico internacional de cocaína. Parece chiste, pero no lo es. Es como dejar al borracho a cuidar el trago.
¿Cómo entender esto? Los mismos altos funcionarios, que daban ruedas de prensa celebrando las incautaciones de droga, resultaron ser parte de las bandotas que pasan la merca en contenedores. ¿Y los filtros? Bien, gracias. ¡Qué desgracia!
Carajo, en manos de quién estamos. La plena que las teorías conspirativas de Don Villa, el finado, no eran cuentos. Él decía que muchos milicos eran parte de la mafia. En lugar de combatir el narcotráfico, se hacían los ciegos y dejaban que los contenedores contaminados salieran a Europa. Al final, el tiempo le esta dando la razón.
Ahora, hagamos cuentas. Un chapita con rango de coronel se clava unas 3 luquitas al mes. Entre bonificaciones, horas extras y cachuelitos, cierran el mes con un sueldito muy cómodo. Hasta para mantener un segundo hogar alcanza. ¡Bromita, no se resentirán!
Pero, regresando al punto central, la mafia no perdona. Corrompe desde el menor de escasos recursos hasta los pesos pesados de la fuerza pública. Nadie se salva: políticos, alcaldes, jueces, fiscales, policías, militares, abogados, todos. Son una plaga que carcome a las instituciones. La plena, creo que estamos perdiendo esta batalla. (O)