Para conmemorar cualquier episodio o simplemente para festejar el Año Nuevo es habitual que se ilumine el firmamento con vistosos fuegos artificiales. Los historiadores coinciden que los fuegos artificiales se inventaron en China alrededor del siglo X de nuestra era. Cuando los químicos orientales vieron que mezclando salitre (nitrato de potasio), azufre y carbón obtenían un compuesto explosivo. Marco Polo o los mercaderes árabes introdujeron en Europa aquel producto de modo que para el siglo XIV ya hacían las delicias a los europeos.
Luego los ejércitos se valieron de aquella sustancia conocida más tarde como pólvora… Matteo Ricci, jesuita italiano en el siglo XVI misionero en China escribió: “Los chinos no dominan el uso de las armas, pero en cambio gastan abundantes cantidades de salitre en la fabricación de los fuegos artificiales que exhiben en festividades”. La creatividad y el ingenio para realizar sus creaciones descubrieron que los gránulos de pólvora ardían relativamente lento si eran grandes y explotaban si eran finos…Al principio, solo producían destellos blancos y dorados.
Los italianos ampliaron la gama cromática a comienzos del siglo XIX descubrieron que, si añadían clorato de potasio a la pólvora, el calor bastaba para convertir los metales en gas y teñir la llama resultante. Hoy se consiguen resplandores rojos con carbonato de estroncio, blancos con titanio, aluminio y magnesio; azules, con compuestos de cobre; verdes con nitrato de bario, y amarillos con mezclas que contienen oxalato de sodio. Con la llegada de las computadoras, la pirotecnia se programa con sistemas informáticos, se prenden los fuegos para que estallen al ritmo del nuevo año 2025 con un cúmulo de felicidades a los lectores de este diario. (O)