No podía terminar bien. Sus nombres son Ismael, Josué, Saúl y Steven, cuatro nombres, cuatro niños que faltan en casa, desaparecidos a manos de una oscura patrulla militar en el sur de esta Guayaquil que, plan Fénix o no, sigue ahogándose en la violencia. Y la memoria no puede evitar el recuerdo amargo, esta imprecisa sensación que nos lleva de vuelta a la laguna de Yambo, la historia de los hermanos Restrepo, Ivonne Cazar, Consuelo Benavides y las cámaras de tortura del lúgubre Servicio de Investigación Criminal (SIC) de los años de Febres Cordero.
No podía terminar bien. Cuatro menores presuntamente aprehendidos en un robo (¿Por qué entonces no fueron entregados a la policía? ¿Por qué no fueron notificados sus padres?), un largo silencio por parte del gobierno y luego las contradicciones: que la desaparición se dio a manos de los grupos delincuenciales y acto seguido, el reconocimiento de que fue el ejército quien se los llevó. Y después la infamia sin nombre de justificar lo injustificable difamándolos, anestesiando la opinión pública, mostrándolos como delincuentes mientras Noboa, en una obra maestra de la crueldad y la hipocresía, los declara “héroes nacionales”, una frase que, no sé porque, sabe tanto a muerte.
No podía terminar bien. Desde la absurda declaratoria del conflicto armado interno, vivimos una permanente de militarización. Y mientras el gobierno informa que los homicidios se han reducido en un 17%, Human Rights Watch (HRW) y la Fundación Periodistas Sin Cadenas nos hablan de detenciones arbitrarias y datos oficiales de la Fiscalía General del Estado (FGE) donde se recogen 145 causas por extralimitación en el uso de la fuerza, una docena de investigaciones por ejecuciones extrajudiciales y más de 200 casos de tortura. Es decir, se reducen la violencia a manos del crimen y se multiplica la violencia a manos del Estado.
No podía terminar bien. Porque lo único peor que la delincuencia organizada es la delincuencia oficial. ¿Por qué? Por la impunidad. Ahora mismo, cuatro familias viven un infierno, enloquecen mientras el poder los ignora y los militares crean un Tribunal de Disciplina para que el ejército investigue al ejército. El siniestro espíritu de cuerpo hará lo demás para que estos cuatro muchachos se esfumen en la niebla del país de nunca jamás.
Y nuevamente, el Ecuador en la lupa del mundo: todos los medios de comunicación, desde el NY Times hasta la BBC de Londres, mirando a este pequeño país hacer noticia, ayer por invadir una embajada, hoy por un crimen de Estado. Porque eso es lo que significa el Ecuador ante el mundo: crimen, autoritarismo, corrupción y el macabro Plan Fénix: la violencia de Estado abriendo sus fauces, la llamada desesperada de un niño (ven… ¡Sálvame papá!), la ropa en las mismas inmediaciones donde se han encontrado varios cadáveres; y la Base Aérea de Taura, en cuyas puertas podría inscribirse lo que Dante leyó en los portales del infierno: “Los que entráis aquí, abandonad toda esperanza…”.
No, no podía terminar bien… (O)
@andresugaldev