Fe sin rodeos

El pase del Niño Viajero, que acabamos de presenciar, es una magnífica oportunidad para hablarles de un tema de suma importancia que toca muy de cerca nuestra relación con lo Trascendente, lo Divino o Dios. Me refiero a la llamada RELIGIOSIDAD POPULAR, a la que yo denomino “Fe sin rodeos.”

Para ello, parto del hecho de que una de las religiones oficiales más arraigada en muchas sociedades del mundo, es la cristiana. Con una tradición milenaria y un rico patrimonio espiritual y cultural, el catolicismo ha ofrecido a millones de personas un camino de fe y un marco seguro para entender su relación con Dios y con el prójimo. Las liturgias, los sacramentos y las enseñanzas de la Iglesia son expresiones profundas de esa fe revelada, diseñadas para guiar y enriquecer la vida espiritual de los creyentes.

Sin embargo, es igualmente cierto que, en ocasiones, los dogmas, los formalismos y las estructuras pueden resultar un obstáculo para quienes buscan una experiencia más directa y sencilla de lo divino, y es ahí donde entra en juego la Religiosidad Popular, lo cual no implica un menoscabo a las instituciones religiosas tradicionales, sino una invitación a redescubrir la esencia de la fe: una relación personal, sincera, comprometida y profunda con lo sagrado; por lo que ésta visión más directa debe, igualmente, ser valorada.

La Iglesia católica, por ejemplo, reconoce en su doctrina que la fe es, en primer lugar, un don y una experiencia personal. Desde esta perspectiva, no hay contradicción entre quienes encuentran su camino espiritual a través de los ritos establecidos y aquellos que prefieren una expresión más libre de su fe.

La clave está en recordar que la religión no es un fin en sí misma, sino un medio para alcanzar una vida plena y significativa. Ya sea a través de la meditación personal, la contemplación de la naturaleza, las obras de caridad o la participación en las celebraciones comunitarias, el verdadero valor de la fe radica en su capacidad para transformar el corazón humano y conectarlo con lo trascendente.

Al final del día, tanto la fe institucionalizada como las expresiones más personales y directas tienen su lugar y su valor. Ambas convergen en un mismo objetivo: ayudar al ser humano a encontrar sentido, paz y propósito en un mundo que, paradójicamente, puede ser tan sencillo como complejo. Y es en este balance donde reside la verdadera riqueza espiritual, una riqueza accesible para todos, sin complicaciones. (O)

Padre Bolívar Jiménez

Sacerdote, 1981. Licenciado en Ciencias Religiosas, Diplomado en Derecho Canónico y Doctor en Derecho Civil. Vicario Episcopal y Vicario Judicial de la Arquidiócesis de Cuenca. Docente, Párroco de Cumbre.

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