Por lo general, el comportamiento de los políticos es pronosticable: critican al que piensa diferente, están a la defensiva, atacan, vuelven a criticar y, por último, se autoengañan, creyéndose dueños de la verdad. Les caracteriza un lenguaje tóxico y viven sumergidos en mareas de denuncias y enfrentamientos verbales o virtuales.
Uno de estos casos, quizá el más representativo, es el del expresidente prófugo que se escuda detrás de una pantalla para zaherir a medio mundo. Cree que debe enfrentarse con todos. La estrechez de su mente le tiene convencido que con ese comportamiento se ganan elecciones. Sin embargo, ese proceder es el que la gente repudia en los políticos. Parecería que lo hiciera a propósito, con el fin de que sus candidatos jamás ganen la presidencia. Pero su estulticia y conducta tóxica han matado esa posibilidad.
En las últimas elecciones, el correísmo ha ido a la deriva; su discurso hueco y repetitivo ya no pega. Aunque parezca increíble, este movimiento depende del genio impredecible con el que se levante su líder. Las evidencias de corrupción dentro de sus filas expuestas por la Fiscalía del Estado y el encarcelamiento de varios de sus miembros; defender a personajes con índices negativos de imagen como Maduro, Díaz Canel y Sheinbaum, o como a Glas, Aleaga y demás impresentables de su organización; y su proceder en X con publicaciones plagadas de un lenguaje violento y soez, ha disminuido su número de adeptos.
La oposición sabe con precisión qué carnada lanzarle a Correa para que la muerda. Conoce cómo provocarlo y cómo introducirlo en el chiquero de la política. Siendo su comportamiento muy previsible, es sumamente fácil lograr que se exprese en tono amenazante y displicente, alejándolo a él y a su candidato de los votantes.
La única manera de que este movimiento gane votos, es que la conducta de su líder de un giro de 180 grados, quizá un tratamiento psiquiátrico lo ayude. Y si no funciona, que se exilie en algún lugar recóndito del planeta. Y sin celular. Lo cual es improbable.
Otra posibilidad es que, durante la campaña, Correa no asome la nariz y se dedique a regar sus plantas o a pedalear su bicicleta. Pero esto tampoco sucederá. Su temperamento tóxico es notorio. Lo que sí va a suceder es que la oposición le siga provocando, y esta se siga divirtiendo a costa de las reacciones demenciales del expresidente prófugo. (O)