La Ópera de París conmemora mañana el 150 aniversario de la inauguración del Palacio Garnier, su majestuosa sede del noveno distrito de la capital francesa, en un momento de dificultades para la institución por sus extensas necesidades de reformas entre dificultades financieras.
Concebido por Charles Garnier bajo el auspicio de Napoleón III, que venía de sufrir un atentado en la sala de ópera de Le Peletier por parte de republicanos italianos, el edificio -declarado monumento histórico en 1923- mezcla influencias clásicas, barrocas y renacentistas.
Garnier era un arquitecto entonces apenas conocido, de 35 años, pero su proyecto de teatro con dos entradas (una para los abonados y otra para el emperador) y con capacidad para 2.000 espectadores fue elegido por unanimidad.
La imponente fachada del edificio llega deslucida a este 150 aniversario, ya que una lona y andamios la mantienen cubierta desde hace meses debido a reparaciones que se prolongarán más allá de 2025.
Eso no ha impedido que continúen las visitas a sus áreas públicas, que cada año ascienden a un millón, ni las representaciones, que atraen anualmente a unos 350.000 espectadores.
El Palacio Garnier es el escenario más prestigioso de los que posee la Ópera parisina -que cuenta con otro teatro de grandes dimensiones y más moderno en la plaza de la Bastilla- y el techo de su gran auditorio es célebre por las pinturas que realizó Marc Chagall en los años sesenta, a petición del entonces ministro de cultura, André Malraux.
Esa obra tapó el techo original, que se mantiene intacto debajo, firmado por Jules-Eugène Lenepveu y con 63 figuras que representaban la belleza, la música y las musas con las horas del día y de la noche.
El escenario tiene 48 metros de ancho, 60 metros de altura y 27 de profundidad, y por él no solo han pasado figuras legendarias, como la soprano Maria Callas, sino que también ha sido un lugar de inspiración para los artistas, como Gastón Leroux, autor de la novela ‘El fantasma de la ópera’ (1910).