Como he contado siempre, tengo la costumbre de amanecer el primer día de cada año en las montañas, con el propósito de cargarme de energías, tranquilidad, paz y avizorar buenos augurios. En esta ocasión, aunque cerca, estuve en el cerro sagrado del Avila Huayco. Lugar emblemático de la provincia del Azuay, el cerro es conocido por su importancia cultural y religiosa ya que fue adorado por las culturas pre colombinas. Está ubicado en el páramo de El Cajas, frente al restaurante de Vicente Guevara, en el control de tránsito. Desde la cumbre se observa el cerro Tres Cruces, el alto de San Luis y la laguna Toreadora.
En el libro “Geografía sagrada: arqueoastronomía de Pumapungo Guapondélig” del escritor Hernán Loyola, se investiga la conexión entre la astronomía y la cosmología de las culturas prehispánicas que habitaron en esta región. Los incas adoraban a esta montaña sagrada. En su investigación, Loyola muestra como desde el templo inca de Pumapungo se veía como el padre sol se ocultaba justo sobre la cumbre del Avila Huayco.
Siempre acudir a las montañas es saludable, y más todavía si existe una conexión y cariño por ellas. Los sahamanes dicen que desde las montañas sagradas se emana la autoridad divina. Centenares de personas realizan peregrinaciones a las montañas de todo el mundo. Espiritualmente, dicen que las montañas son lugares misteriosos que tienen el poder de evocar un sentimiento sagrado, que dan sentido a la vitalidad, a la existencia, a la estabilidad y al poder. Los peregrinos encuentran trascendencia y una elevación espiritual, ya que sostienen que es el símbolo universal de la cercanía a Dios. En las montañas puede existir una oración con un pensamiento elevado, sublime, cerca de la naturaleza. (O)