Una campaña más y a sacar lo que se tenía guardado, a refrescar la memoria y por ende a persuadir el voto; opciones varias, ¿Quién vale la pena?, contados con los dedos de una mano, siendo generosa, claro está.
Esta vez serán momentos cruciales para que al momento del trazo comparemos en velocidad supersónica el presente y el futuro; ¿A dónde queremos llegar?, ¿Mi familia se merece las repercusiones de mi voto?, ¿Confío en mi sociedad como una red de protección y representación colectiva? El Ecuador de mi anhelo a merced de una decisión responsable.
Escoger al mejor trasciende una ideología, es inmanente a la cualidad humana, al probo altruismo, a la consistente y resistente convicción, pero también al tentativo civismo, a la frágil integridad y al azar de la inmundicia politiquera; de ahí que, la voluntad es respetable más no siempre es aceptable.
Como país conservamos “la gracia” de mantenernos aún de pie, esquivando balas de norte y sur, de este y oeste; tenemos mucho de lo que los grandes ambicionan, incluso de sobra en ciertas peculiaridades; tenemos una asombrosa capacidad regenerativa pero tal parece que esta última nos impide reaccionar. ¡Urge evolucionar, urge tomar la mejor decisión!
Qué valga la pena la historia, qué valga la pena lo vivido, lo ganado y lo perdido; que esta vez sí valga la pena lo reído y lo sufrido y que, en el momento exacto, si mi mente no puede, que mi corazón lo decida. Hagámoslo con corazón, hagamos que valga la pena. (O)