16 candidatos, dos en carrera; catorce tratando de abrazar una idea, una proclama, cualquier cosa que los saque del montón, que los proyecte, más allá de la linealidad de sus propias imposibilidades para jugar, para competir, para “hacer calor” y poder contar: “fui candidato”.
La preferencia electoral esta polarizada, dos candidatos representan las fuerzas entorno al clivaje que describe nuestra cultura electoral en las últimas dos décadas, en medio un tercio de la población sin una decisión firme, un tercio que podría o pudo haber inclinado la balanza y convocado un “par de terceros” a la disputa, opción que se aleja en cada segundo de la linealidad en que naufragan 14 campañas sin brújula ni estrategia.
Si, es triste saber que no elegimos con la alegría y el optimismo de saber que vamos por el camino; o, por el contrario que sabremos corregir el rumbo; todo lo contrario, más allá de elegir, (b)votamos por aquello que creemos “preferible” por no decir “menos malo”.
Si, es triste saber que más allá de la primera o segunda vuelta, caminaremos cuatro años hacia la esperanza de ver surgir una alternativa, un liderazgo con la sagacidad de emprender y la conciencia de incluir; pero es triste por la conciencia de lo que hay…
16 actores inscritos, dos en competencia, pero dos que no van más allá del caudillo que los conduce y es que ¿qué es la revolución ciudadana más allá de Correa?, así como ¿qué es ADN más allá de Daniel Noboa? Y después de ellos ¿qué? Partidos sin norte ideológico, ¡caparazones de alquiler que se prestan al circo de fichar candidatos en lugar de formar cuadros!
Nuestra democracia, más allá del escenario electoral, camina por el despeñadero de la banalidad, despojada de ideologías, marcada por la demagogia, vaciada de discursos y contenidos; ¿qué hay para el Ecuador más allá de Correa y Noboa? ¿Qué hay más allá del populismo? (O)