Acabé de leer Los días perfectos de Jacobo Bergareche, una novela sobre las relaciones y las aventuras amorosas, en las que los días perfectos son los del enamoramiento y la pasión, sin embargo, como suele suceder con la literatura, la mención llevó a pensar y buscar los propios, esos de “pura y genuina felicidad” que con seguridad hemos vivido y viviremos, ese día en el que “nada de lo que ocurre es extraordinario, y sin embargo es un día perfecto”, que merece ser relatado, preservado, escrito, como propone Bergareche, porque dice “solo tengo el lenguaje para embalsamar”.
Hace unas semanas proponía seguir a Sabina y ser felices aunque solo sea por molestar, vivamos entonces días perfectos, sin expectativas, sin exigencias, sin comparaciones que impidan el disfrute, valorando lo sencillo y auténtico, que los convierta en memorables.
Como país también necesitamos y merecemos días perfectos, no sin problemas, pero sin miedos, sin violencias, sin engaños, días en que el optimismo sea la melodía colectiva. (O)