Todos saben cuándo comenzó la era chavista en Venezuela, menos cuándo terminará.
Hugo Chávez, al estilo populista se metió –literalmente- al pueblo en su bolsillo con estrambóticas promesas. Tenía un país con todo lo necesario, comenzando por el petróleo, para convertirle en uno de los más prósperos de la región.
Empero, los resultados el mundo los sabe. Las muestras más visibles del derrumbe son los millones de venezolanos deambulando por otros países como consecuencia de la extrema pobreza, la corrupción y la conculcación de la libertad.
Aquellas son unas pocas señales del descalabro, de un experimento político fallido a todas luces, desgraciadamente con franquicias en otros países, entre ellos el Ecuador.
Perpetuarse en el poder organizando elecciones tramposas y, sobre todo, robando votos al legítimo ganador, como ocurrió en julio de 2024, llevan a Nicolás Maduro a un tercer mandato por seis años más.
El suyo no ha sido reconocido por gran parte de la comunidad internacional, en cuyo contexto resulta ser un gobierno paria.
Al tener en sus manos a las Fuerzas Armadas, aunque sería al contrario, haber creado ejércitos paralelos para reprimir, otros para cumplir el rol de informantes secretos y de troles, todo se le facilita.
Este viernes 10 de enero, desafiando a todos, a sus opositores políticos, a sus compatriotas cuya opción fue emigrar y en donde están, gritan, entre lágrimas, libertad para poder volver, se atrevió a juramentar el poder.
Un pueblo sin libertades no tiene ni presente ni futuro. Peor, si como ocurre en Venezuela, es víctima de la división, una división ex profeso para gobernar a sus anchas, saquear a los países y perpetuarse en el poder.
No querer dejar el poder, también podría ser por temor de los dictadores a las consecuencias inmediatas. ¿Será este el caso de Maduro y sus acólitos?
Ojalá, lo más pronto posible, en Venezuela vuelva a brillar la libertad y la democracia auténtica.