La Tía Lulú

Jacobo se llamaba el borrico que, traído de Paccha de una propiedad familiar, encabezaba el primer pase del niño de la Tía Lulú y en sus lomos, la virgen María y el niño en su regazo, entre cánticos de villancicos y chagrillo, movían la brisa tenue de la fe. Raudo, indetenible, el tiempo caminó con parsimonia durante 60 años y un enero tras otro, los feligreses, con su fe a cuestas, mantuvieron esta maravillosa costumbre dirigida por esa mujer incomparable, la Tía Lulú, cuya necesidad fue siempre regar caridad y sonrisas a Cuenca entera. El niño, traído desde Roma y chupándose el dedo, es el mismo. Los iniciadores se cuentan en los dedos de una mano hoy, pues la vida los llevó por otros rumbos, pero llegan unos pocos, incluso en silla de ruedas al querido evento, trayendo a toda su descendencia, que, en muchos casos, son ya bisnietos primorosos. La pareja de tíos míos fue formidable. Unidos, indestructibles, cobijados por el mismo sayal de la caridad y la ternura, sumaron a sus vidas desamparados y débiles a quienes daban ayuda sin importar condición alguna. Legión inmensa que recibimos siempre su tibio don y su caricia. Cuanta falta me hizo hoy, el gloriado con un piquete de alcohol que me tío Guillermo brindaba a los feligreses con su risa y sus consejos. Ya no es el inmenso patio de su casa el centro neurálgico, por que la ciudad creció y el tranvía lo impide, pero San Sebastián, su iglesia y su parque se llenaron de preciosas caritas de ángeles, vírgenes, centuriones y tantos otros personajes que jubilosos caminaban tras el burro, que ya es el cuarto reemplazo, dicho sea de paso, por los años.

El pan de pascua, generoso y sabroso, se distribuye a todos los presentes y los niños, incluso, se dan el gusto de darle pedacitos en la boca al burro, que es por esta ocasión, otro mimado. Reencuentros, abrazos, cariño a raudales, revolotean como un colibrí inquieto por el aire de los presentes. Abuelas orgullosas con sus nietos disfrazados y una foto antigua que muestra claramente, donde ellas estaban igualmente abrazadas por sus abuelas y disfrazadas. No puede ser de otra manera, son 60 años.

Grito orgulloso siempre que tuve cuatro taitas en mi vida. Los dos biológicos que, juntando sus genes en la acción de amor más bella y misteriosa, me dieron ojos, pelo, manos y mi espíritu y los otros dos, mis tíos Guillermo y Lulú, que me abrazaron y arrebujaron a sus vidas desde que nací. Sospecho y con certezas que hoy, muchos familiares y cercanos, tomaron el duro empeño de organizar el pase del niño este enero. Gracias desde mi corazón. (O)

Dr. Aurelio Maldonado

Médico otorrinolaringólogo. Profesor universitario. Presidente de varias instituciones y de Congresos. Escritor.

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