Por dar mayor relevancia a la elección del próximo presidente de la república, los electores poco se enfocan en los aspirantes a la Asamblea Nacional.
No se trata de una elección secundaria. Al contrario, un buen ejercicio ciudadano debe apuntar a elegir a los mejores de entre la cantidad de candidatos existentes para cada provincia, además de los de carácter nacional.
Se trata de la Asamblea, donde ocurre el debate entre la heterogeneidad política, donde se legisla y se fiscaliza a los demás poderes del Estado, en especial al Ejecutivo.
Allí están representadas casi todas las fuerzas políticas, independientemente del número de asambleístas, conformando bloques, alineados o no al Gobierno o siendo parte de la oposición, tan necesaria en un régimen democrático.
Pese al alto nivel de desprestigio, la Asamblea es la Asamblea. Debe ser un compromiso firme y decidido de sus próximos integrantes trabajar duro para revertir esta imagen pobre, si bien alrededor de 80 legisladores actuales optan por la reelección.
Las elecciones son el momento oportuno para elegir a quienes tendrán esa obligación, no sólo política sino hasta cívica. Corresponde a los electores saber por quiénes votar. En sus manos está apoyar o no a quienes buscan reelegirse, o escoger “caras nuevas”, si bien a esta alternativa no ayuda mucho las listas presentadas por la mayoría de partidos y movimientos.
El sistema de votación tampoco ayuda a elegir de entre las diferentes listas a quienes se consideren los más aptos, merecedores de llamarse asambleístas en todo el rigor de la palabra. Prevalece el voto en plancha.
La historia electoral confirma otra realidad: los candidatos a la presidencia de la república con mayor opción de triunfo suelen “arrastrar” a la mayoría de asambleístas. Los electores siempre se encarrillan por esta fórmula.
Queda, empero, la esperanza de una Asamblea comprometida con el país, no con la coyuntura ni la irracionalidad.