Hacía muchas décadas, en un pueblito azuayo un carpintero llegó a ser concejal por el partido Conservador.
Una llave de agua potable – tenía color de tamarindo –, de su casa quedaba a unos 150 metros. Logró, tras mil batallas, según pregonaba, la instalación de otra frente a su casa-taller. El municipio financió la tubería desde la planta potabilizadora, que no era más que dos pozos encementados, en cuya superficie nadaban pajillas e insectos ahogados.
Alrededor de la suya había varias casas, espaciadas unas de otras, cuyos moradores serían los beneficiados de esa obra monumental. Los niños ya no tendrían que caminar, balde en mano, largas distancias para acarrear el agua.
El mismo maestro-concejal construyó la infraestructura para instalar la llave de agua o grifo. Y vaya que lo hizo con un esmero tal, que llegó a ser la mejor de las cuatro que había en el pueblo.
Planificó para que la inauguración resulte un acontecimiento universal. Y así fue. Invitados especiales. Taita cura bendijo la obra. Cuando fluyó el agua, reventaron cohetes. Globos multicolores coparon el cielo. El vecindario deliraba. Como también era músico, tocó la guitarra, cantó sanjuanitos, pasacalles, en tanto iban y venían copas de aguardiente. Unas señoras asaban cuyes. Otras preparaban caldo de gallina. Otras envasaban la chicha de jora.
Tiempos después habría de leer Cien Años de Soledad, en cuyo pueblo imaginario, Macondo, ocurren las cosas más inimaginables, sustento de su realismo mágico. Sin entenderla del todo inicialmente, y “si ser filático ni filatiquero” creía que el pueblito azuayo, por aquel singular acontecimiento y otros similares, como el de que los futbolistas, para quemar tiempo, pateaban el balón hacia arriba, demorando entre tres y cinco minutos en caer, se parecía al creado por García Márquez.
Ahora, con distintos matices y objetivos, esa práctica macondiana sigue. Alcaldes y prefectos siembran letreros por doquier, a veces más caros que las mismas obras. Les organizan ceremonias con comilonas, prensa incluida, honores, entrega de placas. Se autoproclaman salvadores, bienhechores, ejecutores y más “ores”, como si la plata saliera de sus bolsillos.
Si compran un rodillo les hacen bendecir. Si adquieren otras máquinas, ni se diga. Ordenan que el día de la entrega no llueva. Que compren bombas y platillos. Que no circulen los vehículos, ni que las moscas vuelen. Se bañan. Se engominan el cabello para salir futres en fotos y videos, que pronto circularán por la nube, haciendo creer que ellos no buscan una segunda oportunidad sobre la tierra sino en la política. Nada cambia. (O)