En un mundo donde los gestos fascistas pasan desapercibidos y hasta se consideran de buen gusto, la empatía y la valoración de lo importante han sido relegadas. Esto se evidencia en la fascinación mediática por la primera dama de Ecuador en el posicionamiento de Trump y su cartera de lujo: una mini Kent de 36 mil dólares, en lugar de priorizar la cobertura sobre la llegada al país de vuelos con deportados ecuatorianos tildados de «terroristas».
En un país donde 400 mil personas sobreviven con 87 dólares al mes, esta indiferencia debería indignar. Nos debería avergonzar rendir pleitesía a una figura que gasta fortunas en un accesorio, mientras miles luchan por llevar un pan a la mesa, mueren por falta de servicios médicos, venden el alma al diablo para sobrevivir y luego son acusados de delincuentes. Es grotesco, un regreso al oscurantismo medieval, o tal vez no, porque nunca ha sido prioridad evitar que el pueblo muera de hambre o por falta de salud.
Es urgente dejar de soñar con cuentos de hadas y princesas. No hay príncipes salvadores, solo el pueblo salva al pueblo. Y un pueblo indignado no se alimenta de carteras de diseño ni de fantasías. (O)
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