En toda lid, deportiva, académica, electoral, cultural, etc, hay el riesgo de que uno o más de los contendientes viéndose en situación de desventaja o, peor aún, avizorando una derrota, entre en desesperación, y ¡claro!, ésta última no va de la mano ni con la serenidad ni con la calma ni con el aplomo con que una circunstancia difícil debe ser encarada.
Creo, sin mucho temor a equivocarme, que a la candidata Luisa González no le fue de lo mejor en el debate político del fin de semana pasado. Se le notó tensa, para empezar. Como que no se hallaba muy cómoda con el entorno del evento. Será porque su partido, y buena parte de sus miembros, han cometido tantos y tan garrafales errores en las últimas dos décadas, que su defensa entonces se vuelve bastante cuesta arriba? Será que las estrategias políticas se van volviendo cada vez más, esquivas y difíciles para el correísmo? Será que va decayendo el entusiasmo y el calor de los “corazones ardientes”?
Las declaraciones de la candidata Luisa González y las de “el innombrable”, después del debate, casi que me eximen de cualquier comentario adicional. Luisa González dijo, en resumen, que no le disgustaría un nuevo debate únicamente con el candidato Noboa, lo cual representa una aceptación tácita, en materia electoral, de que se encontraba a disgusto con el resultado del debate y que estaba dispuesta a jugarse la revancha. El “innombrable” en cambio, ni corto ni perezoso, y a la usanza de sus meteduras de pata en otras campañas, arremetió contra la candidata Andrea González, quién, a todas luces, fue la que mayor provecho sacó con su destacable participación, suscribiendo con tal actitud, una maniobra propia de quién ve, una vez más, “que se le hacen agua los helados”.
No sería entonces mala idea que doña Luisa no vuelva a mentar lo de un nuevo debate y que la cúpula de la RC conceda al “innombrable” un par de meses de retiro en uno de esos conventos tibetanos en donde, a fuerza de meditación y sin el celular, pueda recobrar la calma y el equilibrio perdidos. La desesperación no solo que nos induce a cometer errores, sino que termina por deteriorar nuestras funciones vitales. (O)